A Alianza le sale más barato pagarle a Cueva hasta agosto que echarlo de la institución. Botarlo le hubiera costado unos 400 mil dólares y una demanda de Al Fateh,
A Alianza le sale más barato pagarle a Cueva hasta agosto que echarlo de la institución. Botarlo le hubiera costado unos 400 mil dólares y una demanda de Al Fateh,

Como quien pide la pelota en esos partidos que ya muy poco juega, Cueva va por el mundo pidiendo perdón. Cueva, ‘Cuevita’. Así como un quiebre o un pase en profundidad, la disculpa fue siempre una de sus jugadas más conocidas. ‘Cuevita’ pide perdón otra vez por su travesura. Pero ahora ya no le funciona. Un nuevo club lo dejará ir. Se cansó de él. Como tantos otros equipos que se atrevieron a sostener económicamente su intrascendencia en el campo en los últimos años. Alianza invirtió miles de dólares. Unos cien mil al mes, dicen. Fue un lujo que hoy sí podía darse. Un capricho de nuevo rico. Su llegada a La Victoria supuso, además, una campaña publicitaria que buscaba la captación de suscriptores. Hasta por imagen cobraba Aladino. Sí, así le dicen también; por su genialidad con el balón, y por ese genial acto de desaparición, tan infalible en su paso por el fútbol.

Cueva pide perdón. No por un mal pase, no por descuidar una marca rival, no por fallar un penal. Pide perdón por su inconducta, por darle a la noche más que a la pelota. Regala disculpas porque no quiere que lo dejen de querer aquellos que aún lo quieren. Sabe que por esa juerga Alianza no lo va a botar. Su contrato lo protege. Un contrato de trabajo regido bajo la ley del futbolista. Así que lo que ha hecho aquel que alguna noche fuera grabado miccionando ebrio en la vía pública es solo faltar a un día de trabajo, por lo que solo le corresponde al club victoriano descontarle ese día ausente y, en el peor de los casos, establecer el pago de una multa. Y nada más. Fue la propia institución la que otorgó el permiso para viajar a su tierra. Su partido impostergable con el alcohol y la vida nocturna del último fin de semana lo jugó, pues, cuando no estaba en sus horas de trabajo.

Si Alianza lo botaba, habría sido ilegal. “Si Alianza impedía que Cueva trabaje, el jugador podía demandar al club por despido injustificado. Alianza debe atenerse a lo que establece el contrato”, explica Jhonny Baldovino, asesor legal de la Agremiación de Futbolistas.

JUGADOR. Con la pelota en los pies o la cerveza en la mano, Cueva siempre es noticia.
JUGADOR. Con la pelota en los pies o la cerveza en la mano, Cueva siempre es noticia.

Por eso a Alianza le sale más barato pagarle a Cueva hasta agosto que echarlo de la institución. Botarlo le hubiera costado unos 400 mil dólares y una demanda de Al Fateh, el club árabe que lo prestó. Una inversión que se proyectaba desde un inicio al fracaso y a los números rojos.

JUGADORES Y PELOTEROS

Darle a la noche más que a la pelota. De esos tuvimos muchos. Dotados de una técnica única, diferentes, exquisitos con el balón, engreídos, desequilibrantes y desequilibrados. Futboleros, peloteros de peso que unas veces son cargados por los hinchas tras un triunfo y otras por el taxista que los encontró derrotados por el alcohol en alguna esquina. Y aún así queridos. Valeriano, Sotil, Kukín, Vargas, Manco, Deza, Cueva. La historia de nuestro fútbol es un círculo. Perdones, tristezas y fracasos nos han ganado por goleada. Somos una cuna de promesas. Somos apenas una sumatoria de anécdotas históricas, como bien apunta Raúl Castro, antropólogo y decano de Comunicaciones de la Universidad Científica del Sur.

“Cómo esperamos que haya profesionalismo si nuestro campeonato es poco profesional. Tenemos un ecosistema de protoinstituciones, de instituciones en formación. Es necesario que el esquema de trabajo serio vaya de la mano con la sostenibilidad. El proceso formativo del futbolista debe incluir el sentido del profesionalismo”, señala Castro, nada sorprendido de Cueva ni de sus multiplicados perdones.

“Cueva no es indispensable, tampoco es el Messi del Perú, pero ha sabido siempre sacar provecho de su talento. Incluso fuera de la cancha supo que tenía las de ganar. Cuando se equivoca, pide perdón porque sabe que es necesario, que no hay otro como él en el equipo. Se aprovecha de la ausencia de alternativas. Como tantos otros”, dice.

Cueva se irá de Matute en agosto. Esta vez con más botellas que minutos jugados. Tendrá la billetera más gorda, pero el cariño de los aliancistas más flaco que su último perdón de telepronter. Algunos hinchas quieren demandarlo por estafa agravada. Se irá devaluado. Y degradado también por una indisciplina más. Como en la Vallejo o en Turquía. Alguna vez desapareció de los entrenamientos de la San Martín y escapó a Huamachuco, su tierra liberteña, para jugar un campeonato familiar cuyo trofeo era una vaca lechera. Ya no le quedan más oportunidades. Se le cierran las puertas. Pese a todo, ha sido el último 10 de la selección peruana, el hijo mimado de Gareca, la preocupación de Reynoso.

Lo engrieron, lo arroparon. Él les falló más veces que sus penales errados en el mundial de Rusia y en un par de Copas América. Le perdonaron tanto, le perdonaron todo. Aun así, lo siguen queriendo. De males necesarios está lleno nuestro fútbol. Tal vez a Cueva, pelotero toda su vida, le importe cada vez menos ser futbolista. Lo que no le gustará es que lo dejen de querer, que lo olviden, que no sea más el ‘Cuevita’ que le grita la gente. No ha sido ídolo en ninguno de sus equipos, pero sí con la blanca y roja. “Buscaré ayuda para soportar más y elegir mejor”, ha prometido nuestro volante internacional tantas veces caído en tentación. Mientras, yo, como tantos, le voy a seguir creyendo. Y salud por eso. El fútbol es una gran borrachera con distintas resacas.