Aníbal Torres (Foto: Andina)
Aníbal Torres (Foto: Andina)

Finalmente, quedó al descubierto. La Comisión Permanente del Congreso aprobó el informe que dispone la inhabilitación por 10 años del expremier Aníbal Torres por ser cómplice del golpe a la democracia que maquinó su exjefe Pedro Castillo.

Aparte de la inhabilitación para ejercer cargos públicos se aprobó también seguirle un juicio político por infracción a los artículos 38, 45 y 125 de la Constitución.

Para nadie era un secreto que Torres era la eminencia gris del gobierno castillista para el que sirvió como titular de Justicia y luego como presidente del Consejo de Ministros. Se sabe incluso que en los últimos días del régimen se mantuvo muy cerca al chotano, hoy recluido en el penal de Barbadillo, al punto de que cuando lo capturan intentando huir hacia la embajada de México, el expremier se encontraba con él.

Con Castillo ya tras las rejas, Aníbal Torres ofició inicialmente como su abogado para luego pasearse por distintas tribunas azuzando a sus oyentes a movilizarse en contra de la democracia en el Perú.

El informe irá ahora al Pleno del Congreso, que debería aprobarlo. Lo importante es que el texto documenta cómo Torres azuzaba a la población en los llamados consejos de ministros descentralizados –fueron 19 eventos ministeriales en 18 regiones– donde vertía “expresiones que constituyen conductas que infraccionan artículos constitucionales”.

Es decir, eventos en los que se dedicaba a hacer proselitismo político, como se señala, y a despotricar contra el sistema político en el país.

No olvidemos que en los programas de humor se le caracterizaba como “Caníbal Torres” por su carácter irascible, que en innumerables oportunidades sacó a pasear no solo ante sus subordinados en el Ejecutivo, sino además ante la prensa (en uno de esos arranques de furia llegó hasta a elogiar a Adolf Hitler), dejando en evidencia su talante autoritario.

Y fue esa fibra antidemocrática, totalitaria, tan arraigada lo que sin duda alguna primó a la hora de participar en la asonada golpista con Castillo, cuando las denuncias de corrupción en su contra se acumulaban una tras otra, haciendo insostenible su permanencia en Palacio.

Una vez agotados los recursos de su red de alianzas, pactos, coimas y clientelajes, presidente y asesor se revelaron tal cual eran: dos aventureros enemigos acérrimos de la democracia y, cómo no, de la Constitución Política del Perú, que tanto anhelaban sepultar.