[Opinión] Sandro Marcone: “¿A quién beneficia una educación ligera y desconectada?”

La educación no es un fin en sí mismo sino un medio que contribuye al logro de propósitos locales, nacionales y globales. Cuando pienso en los propósitos a ese altísimo nivel, pienso en el Acuerdo Nacional y en el Proyecto Educativo Nacional (PEN a 2036). Sigue siendo un desafío que estos instrumentos sean debatidos de manera más amplia.

Los propósitos individuales y familiares necesitan de la educación. Más que los contenidos (y su memorización), son los procesos que se generan en los estudiantes los que permitirán (o no) su realización. ¿Quién lidera la formulación de esos propósitos, los monitorea y perfecciona?

Estas reflexiones fueron provocadas por la presentación de los resultados del Proyecto Justicia Educativa - JustEd. Este es un proyecto comparativo entre Perú, Uganda, Nepal y Reino Unido. En Perú la institución a cargo fue Grade.

Estoy seguro de que sus hallazgos serán una fuente de información para el debate. Pero dos llamaron mi atención: la ausencia de pedagogías profundas que promuevan el pensamiento crítico, y la tendencia a eliminar de la práctica en las aulas los temas complejos y contradictorios a nuestra realidad. La preocupación que me generan los hallazgos está basada en lo carente y desigual que es nuestro sistema educativo al proveer los recursos necesarios a estudiantes para acceder y contribuir al conocimiento.

Desde esta perspectiva, suena ridículo pensar que la “solución” a los desafíos alrededor de la información y el conocimiento de nuestros jóvenes será la prohibición y la satanización de dispositivos y la conectividad digital. Es falaz ignorar temas espinosos y desear una educación superficial que nos dé “tranquilidad” en la sobremesa familiar, pero que nos polariza en las calles.

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