¿Tienen ostras hoy día?, pregunto a Tatiana, la diligente moza que atiende en el albergue de los esposos Rita Sánchez Piérola (médica de profesión) y Luis Zapata Alcázar (economista devenido en empresario). Claro que sí, responde presurosa, “le diré al buzo que las saque ahora mismo“. En efecto, a los diez minutos, cuatro hermosas ostras de 6-8 cm de longitud estaban en mi mesa junto con una alcuza de aceite de oliva, limón, sal y pimienta.

El discreto sabor salino, la textura pulposa y ligeramente elástica, la suavidad y frescura del molusco me dejó varios segundos en silencio, en total disfrute. Recordé la divertida frase de Marti Buckley, periodista estadounidense radicada en España que sentenció: “no hay casi nadie que odie las ostras y luego sea una persona culta e interesante”. Y por un instante quise sentirme tan culta e interesante como ella.

Inti-Mar es un centro de cultivo de conchas de abanico y de engorde de ostras. El tranquilo mar de la bahía pródigo en algas y fitoplancton aporta suavidad y elegancia a los bivalvos que son criados en mallas de varios niveles sumergidas en el mar a una profundidad entre los 6 y los 15 metros. Cada semana, conforme se van desarrollando, conchas y ostras, cada una en su malla y ubicación propia, don Demetrio, un buzo con 30 años de experiencia, se hunde en el mar con una manguerita en la boca que le sirve para respirar, y manualmente acomoda o traslada los moluscos a otro nivel para que crezcan a sus anchas. Dos años demoran las ostras en llegar al tamaño adecuado y 500 días las conchas de abanico.

“Me siento mejor bajo el agua que en la tierra”, dice don Demetrio sin sonreír, devolviendo al mar las ostras que aún no tiene el tamaño deseado.

Inti-Mar empezó la maricultura (cultivo y recolección de especies marinas en su entorno natural) en 2006, pero recién en 2014 construyeron un albergue ecoamigable, rústico, cómodo con 8 habitaciones ubicadas al borde de la orilla. La electricidad se apaga a las 11 de la noche lo que da mayor encanto a una estadía arrullada por el sonido del mar e iluminada por la luz de la Luna.

Una cocina marina, fresca, honesta, sin pretensiones atrae a visitantes y cobija a los huéspedes desde las 11 de la mañana hasta pasadas las 3 de la tarde. En Carta ponen 10 entradas con conchas (al pisco, al ajo, al natural, con limón, al bloody, a la chalaca, al natural, a la parrilla, a la parmesana, al ajillo) y otras tantas con almejas que llegan de la vecina Bahía Independencia. Los erizos, cuando hay, vienen de Atico y el pescado lo traen de Pisco.

También encontré lapas arrebozadas solo con huevo, lo que las hace ligeras y suaves. Un lujo de plato que me trasladó a mi adolescencia arequipeña.

Inti Mar tiene otra rareza exquisita: un Pisco de mosto yema, llamado así porque el jugo de la uva se obtiene no por pisa ni por prensa neumática, sino por los jugos derivados del propio peso de la uva. El resultado es un pisco muy delicado, fino, exclusivo, sobre todo porque su producción es reducida.

Un destino encantador a menos de tres horas de Lima.


DATO

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